- ¿De veras? -preguntó Luis,
emocionado de que algo así hubiera sucedido en la casa, pero nada
extrañado de que yo no me hubiera espantado con la presencia de una mujer
fantasma.
Y yo, orgullosa de mi falsa experiencia, le dije que era
verdad. Estuvimos de acuerdo en que era
algo muy extraño, y fue hasta entonces que se le ocurrió preguntarme si había
tenido miedo. No, claro que no había tenido miedo.
Hasta ahí era una mentira cualquiera, como las muchas que
dije en mi infancia y que no tuvieron consecuencias. Además, yo no pretendía
más que asombrar a mis hermanos, cosa que logré con Luis. Me alegró ver su cara
de sorpresa, y estaba a punto de cambiar de tema, cuando a mi hermano Jorge se
le ocurrió decir que él también la veía, dando a entender que no era cosa de
una vez, sino algo frecuente.
- ¡¿Qué?!
Tan solo lo pensé, pues de haberlo dicho, mi mentira se
hubiera arruinado. Me dejó boquiabierta,
pues ahora hasta parecía que él era el favorito de "mi" fantasma. ¿Cómo
era posible que lo visitara más seguido que a mí?
No dije nada, para no arruinar mi historia, pero ya vería
Luis a quién quería más la fantasma.
Así es que para que Luis viera que yo la conocía más, le di
detalles sobre su apariencia. Tenía un vestido largo, blanco, de una tela
vaporosa y el pelo largo y negro. De reojo miraba a Jorge, como retándolo a que
me superara. Pero Jorge, muy tranquilo, tan solo asentía, confirmando que,
efectivamente, la señora de la puerta era tal y como yo la describía.
¡Qué frustración que se apoderara de mi fantasma! Y yo, sin
poder decir nada, sin poder echarle en cara que esa era "mi" mentira, lo que lo
convertía en doblemente mentiroso. Era absurdo que yo no dijera la verdad, pero
no la dije, quién sabe por qué. Tal vez porque me encantaba tener una fantasma
de visita. Además, aunque Luis creyera que también era de Jorge, Jorge sabía
que no.
Los siguientes días, la Señora de la Puerta, pues ya era así
como la llamábamos, vino a visitarme con frecuencia y ya hasta me sonreía, no
olvidemos que yo tenía que ser la favorita. Por supuesto que esta información la recibía
Luis en presencia de Jorge.
Y ¿qué es lo que hacía Jorge cada vez que yo hacía un
comentario sobre la Señora? Pues muy cómodamente decía que a él también le
pasaba lo mismo, lo cual provocaba mi enojo por no poder echarlo de cabeza.
No sé qué fue lo que sucedió, pero a partir de esa mentira,
en mi recámara empezaron a suceder cosas extrañas que atribuimos, sin más, a la
Señora de la Puerta, aunque no existiera.
¿O sí existía? Yo ya estaba muy confundida.
Tal vez lo que existía era un ente que se divertía
haciéndome travesuras, porque a fin de cuentas no pasaba de ser una travesura
el que me cambiara las cosas de lugar, el que me tirara las cosas del lugar
donde las había puesto, que me apagara la luz o el que mi puerta se abriera sin
que un humano lo hubiera hecho. No era algo que me asustara. De hecho era hasta
divertido, tanto, que hasta empecé a hablar con "eso". Le decía que
no me molestara, que no me apagara la luz en la noche porque no me dejaba leer,
que no estuviera tirando mis cosas o que volviera a poner las cosas en su lugar
porque había escondido justo lo que necesitaba en ese momento.
Así, pasó mi niñez y mi juventud, con esa invisible
compañía. Por eso, cuando estaba a punto de casarme, creí que había llegado el
momento de confesar a mi futuro marido que había tenido una extraña compañía
toda mi vida. Sabía que Luis, mi futuro esposo, lo entendería. Lo que no me
imaginé, fue que le encantaría. De hecho, creo que la Señora de la Puerta me
hizo aún más atractiva a sus ojos.
Pocos días después estábamos en la sala de mi casa mi amiga Odette, mi amiga Araceli, Luis y yo. De pronto Luis, en voz alta, preguntó a la Señora de la
Puerta si lo aceptaba como mi futuro esposo. La respuesta inmediata fue un
parpadeo de la luz. Yo pensé que había sido una oportuna casualidad. Pero
cuando la extraña conversación entre Luis y la Señora continuó, la casualidad
dejó de parecer la posible explicación. No quedaba otra opción más que
considerar la intervención de mis hermanos, por lo que sigilosamente me levanté
para descubrirlos en su complicidad con mi futuro esposo.
Pero para mi asombro, no descubrí a ningún cómplice. Mis
hermanos ni siquiera estaban por ahí.
Además de sorprendida, estaba celosa, pues ahora Luis y la
Señora de la Puerta se habían convertido en los grandes amigos, teniendo
conversaciones que yo nunca logré, pues yo no había pasado de tener monólogo,
aunque la verdad es que no creo haberle preguntado nada. Incluso se despidieron
cuando salimos de la casa con otro parpadeo de la luz.
¡Asombroso!
Definitivamente eso hizo a Luis más atractivo a mis ojos.
Nos casamos. Y, aunque seguramente nadie lo creerá, la
Señora de la Puerta se fue a "vivir" con nosotros. Siguieron las
travesuras en cada una de las casas en las que vivimos, hasta que llegamos a
vivir a la casa en la que vivo actualmente. Aquí, las travesuras, extrañamente,
se detuvieron.
¿Qué habría sucedido?
La respuesta la tuvimos un par de meses después, cuando
supimos que los albañiles que estaban arreglando la casa en la que vivimos
anteriormente estaban siendo "asustados". Les prendían y apagaban la
luz, les abrían y cerraban las puertas, las cosas cambiaban de lugar...
¡Sí! Tenía que ser ella. Así es que la fuimos a buscar. No la vimos, pero regresó con nosotros en el coche. Los albañiles dejaron de
quejarse. Y todos volvimos a ser felices.
Las travesuras volvieron a formar parte de mi vida, como
siempre, como ha sido desde que inventé a la Señora de la Puerta.
¿Dónde dejé mis lentes?
SILVIA RAMIREZ DE AGUILAR P.
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