Friday, May 22, 2020

LA LLUVIA


LA LLUVIA

Dicen por ahí que el dinero no crece en los árboles, y que tampoco cae del cielo.
Sin embargo, en mi infancia yo vi algo que desmiente una de estas populares afirmaciones, no la de los árboles, sino la del cielo.

Esto fue lo que pasó:
Una mañana, unas muchacha que ayudaba con el trabajo doméstico de mi casa, nos anunció a mis hermanos y a mí, algo inaudito: que habían dicho por la radio que esa mañana llovería dinero.
Por supuesto, nuestra reacción inicial fue de extrañeza.

¿En serio?
¿Eso dijeron?

Y ella, la muy maldosa, aprovechando nuestra inocencia, nos aseguró que eso es lo que había oído.
Así es que si lo habían dicho por la radio, no teníamos razón para dudar.

Nos aconsejó salir al jardín a esperar esa lluvia, y dijo que subiría a la azotea a recoger el dinero que cayera allí.

¡Fue tan emocionante!

Obedientes, cosa rara, salimos corriendo al jardín, pues ya iba a empezar.

Para su fortuna, no podíamos mantener la vista hacia arriba, pues el sol lastimaba nuestros ojos, y pronto descubrimos que era mejor mirar hacia abajo, sobre todo cuando escuchamos con claridad cómo caía una moneda sobre el mullido pasto.

¡Era verdad!
¡Llovía dinero!

Luis, Jorge y yo corríamos felices por el jardín, riendo.

¡Nos haríamos ricos!
¿Qué compraríamos?

Claro que oíamos las risitas de la muchacha, pero suponíamos que estaba igual de feliz que nosotros juntando monedas o incluso billetes, así es que no desconfiamos, pues, además, siguieron cayendo monedas, que íbamos atesorando en nuestros puños cerrados.

Supongo que tendríamos, como mucho, cuatro o cinco monedas cada uno cuando dejaron de caer, pero decidimos esperar por si caían más.

La muchacha, satisfecha con su engaño, y habiendo agotado el poco dinero que estaba dispuesta a invertir en su broma a los niños de la casa, había vuelto a la cocina a seguir con sus labores.

No recuerdo si nos anunció el final de la lluvia de dinero o si nosotros lo dedujimos al verla interesada en otras cosas.

Obviamente no nos hicimos ricos, ni recuerdo si esas pocas monedas nos alcanzaron para comprarnos algo. Seguramente las dejamos abandonadas por algún lado y ella recuperó su inversión. No lo recuerdo.

Me la imagino contando a sus amigas lo fácil que nos había engañado y las risotadas de todas al imaginarnos recogiendo las pocas monedas de ínfimo valor.

No sé si ella vive todavía, ni tampoco si aún recuerda esa broma. Tal vez se la hizo a todos los niños de las casas en las que trabajó. No lo sé y supongo que jamás lo sabré.

Pero de lo que sí estoy segura es de que en ese momento en el que ella era una jovencita y nosotros unos niños, no se imaginó que esa niña, que recibía feliz las monedas que ella aventaba, siguiera recordando toda su vida ese momento mágico.

Gracias a ella, cada vez que escucho que el dinero no cae del cielo, viene a mi memoria la imagen de las monedas cayendo del cielo. Yo sé que el dinero sí puede caer del cielo y nadie podrá jamás convencerme de lo contrario.