LA LLUVIA
Dicen por ahí que el dinero no crece en los árboles, y que tampoco cae del cielo.
Dicen por ahí que el dinero no crece en los árboles, y que tampoco cae del cielo.
Sin embargo,
en mi infancia yo vi algo que desmiente una de estas populares afirmaciones, no
la de los árboles, sino la del cielo.
Esto fue lo
que pasó:
Una mañana, unas
muchacha que ayudaba con el trabajo doméstico de mi casa, nos anunció a mis
hermanos y a mí, algo inaudito: que habían dicho por la radio que esa mañana
llovería dinero.
Por
supuesto, nuestra reacción inicial fue de extrañeza.
¿En serio?
¿Eso
dijeron?
Y ella, la
muy maldosa, aprovechando nuestra inocencia, nos aseguró que eso es lo que
había oído.
Así es que
si lo habían dicho por la radio, no teníamos razón para dudar.
Nos
aconsejó salir al jardín a esperar esa lluvia, y dijo que subiría a la azotea a
recoger el dinero que cayera allí.
¡Fue tan
emocionante!
Obedientes,
cosa rara, salimos corriendo al jardín, pues ya iba a empezar.
Para su
fortuna, no podíamos mantener la vista hacia arriba, pues el sol lastimaba
nuestros ojos, y pronto descubrimos que era mejor mirar hacia abajo, sobre todo
cuando escuchamos con claridad cómo caía una moneda sobre el mullido pasto.
¡Era verdad!
¡Llovía
dinero!
Luis, Jorge
y yo corríamos felices por el jardín, riendo.
¡Nos
haríamos ricos!
¿Qué
compraríamos?
Claro que
oíamos las risitas de la muchacha, pero suponíamos que estaba igual de feliz
que nosotros juntando monedas o incluso billetes, así es que no desconfiamos,
pues, además, siguieron cayendo monedas, que íbamos atesorando en nuestros
puños cerrados.
Supongo que
tendríamos, como mucho, cuatro o cinco monedas cada uno cuando dejaron de caer,
pero decidimos esperar por si caían más.
La muchacha,
satisfecha con su engaño, y habiendo agotado el poco dinero que estaba
dispuesta a invertir en su broma a los niños de la casa, había vuelto a la
cocina a seguir con sus labores.
No recuerdo
si nos anunció el final de la lluvia de dinero o si nosotros lo dedujimos al
verla interesada en otras cosas.
Obviamente
no nos hicimos ricos, ni recuerdo si esas pocas monedas nos alcanzaron para
comprarnos algo. Seguramente las dejamos abandonadas por algún lado y ella
recuperó su inversión. No lo recuerdo.
Me la
imagino contando a sus amigas lo fácil que nos había engañado y las risotadas
de todas al imaginarnos recogiendo las pocas monedas de ínfimo valor.
No sé si
ella vive todavía, ni tampoco si aún recuerda esa broma. Tal vez se la hizo a
todos los niños de las casas en las que trabajó. No lo sé y supongo que jamás
lo sabré.
Pero de lo
que sí estoy segura es de que en ese momento en el que ella era una jovencita y
nosotros unos niños, no se imaginó que esa niña, que recibía feliz las monedas
que ella aventaba, siguiera recordando toda su vida ese momento mágico.
Gracias a
ella, cada vez que escucho que el dinero no cae del cielo, viene a mi memoria
la imagen de las monedas cayendo del cielo. Yo sé que el dinero sí puede caer
del cielo y nadie podrá jamás convencerme de lo contrario.