Anoche que estaba mirando la Luna, pensaba en mi papá. Lo recordaba aquel 20 de julio de 1969. Un día que, casi cincuenta años después, aun conservo en la memoria. No diré "como si fuera ayer", porque sería una mentira, pero definitivamente no "como si hubiera sido hace cuarenta y muchos años".
Yo tenía ocho años. No tenía la menor duda acerca de la veracidad de lo que estaba aconteciendo. En ese momento me sentía unida a todo el planeta. Sabía, porque así me lo habían dicho, que la gente de todo el mundo vería las mismas imágenes que nosotros, al mismo tiempo que nosotros. Era un sentimiento de hermandad impresionante.
Por otro lado, mis hermanos y yo veíamos cada vez más cerca el hacer nuestra vida diaria en coches voladores. ¿Porqué no? Si un cohete podía llegar a la Luna, sus tripulantes pasear sobre ella y todo el mundo verlo por la tele al igual que veíamos nuestras caricaturas favoritas, era muy posible que pronto viviéramos como vivían los Supersónicos.
Recuerdo a mi papá, emocionadísimo, tal vez pensando lo mismo que yo, sentado cerca de la tele en el hall de la casa. Ni siquiera se recargaba para no perder detalle de tan importante momento.
Teníamos unos sillones tipo colonial, en los que estaban sentados mis hermanos y un tío y una mesita de centro del mismo estilo. Ahí estaba yo, hincada, jugando con el contenido de unos botecitos de Super Masa, que era una masa para modelar. Mi mamá iba y venía, y creo que en algún momento trajo unas botanas.
Mientras veía la histórica transmisión de los astronautas en la Luna, yo me fabricaba con la Super Masa una luna y un cohete, y unos maltrechos astronautas miniatura para que caminaran por la pequeña Luna. Recuerdo el olor de la Super Masa (parecido al olor de los mazapanes españoles que venden en Navidad), la textura del tapete del hall en mis rodillas, recuerdo haber pasado mi uña por una orillita de la mesa y haber sacado una espiral de tinte de la mesa que incorporé a mi masa y después me arrepentí. Pero lo que más recuerdo es a mi papá con su pipa en la mano.
Meses después, mi papá, siendo un periodista muy famoso en aquellos tiempos, fue invitado a un evento organizado por la Presidencia. Ahí, tuvo la oportunidad de conocer a los astronautas y mi hermano, que lo acompañó, regresó a casa con los autógrafos de esos hombres que hablaban de sus experiencias en nuestro satélite.
Actualmente estoy convencida del engaño de que fuimos objeto una parte de la humanidad, ya que otros no tenían tele y a otros la llegada a la luna les tenía sin cuidado. Sin embargo, agradezco la mentira, pues gracias a ella tengo el recuerdo más vívido de mi papá, quien murió un año después, totalmente convencido de la gran hazaña norteamericana. Gracias a eso, cuando veo la luna, puedo ver a mi papá feliz, sentado frente a mí y puedo oler el agradable aroma que sale de su pipa, mezclado con el olor de la Super Masa.
En esos momentos, vuelvo a tener ocho años, mi papá vuelve a estar vivo y vuelvo a creer que el hombre llegó alguna vez a la Luna.
SILVIA RAMIREZ DE AGUILAR P.
Sunday, July 20, 2014
Wednesday, July 16, 2014
LA SEÑORA DE LA PUERTA
- ¿De veras? -preguntó Luis,
emocionado de que algo así hubiera sucedido en la casa, pero nada
extrañado de que yo no me hubiera espantado con la presencia de una mujer
fantasma.
Y yo, orgullosa de mi falsa experiencia, le dije que era
verdad. Estuvimos de acuerdo en que era
algo muy extraño, y fue hasta entonces que se le ocurrió preguntarme si había
tenido miedo. No, claro que no había tenido miedo.
Hasta ahí era una mentira cualquiera, como las muchas que
dije en mi infancia y que no tuvieron consecuencias. Además, yo no pretendía
más que asombrar a mis hermanos, cosa que logré con Luis. Me alegró ver su cara
de sorpresa, y estaba a punto de cambiar de tema, cuando a mi hermano Jorge se
le ocurrió decir que él también la veía, dando a entender que no era cosa de
una vez, sino algo frecuente.
- ¡¿Qué?!
Tan solo lo pensé, pues de haberlo dicho, mi mentira se
hubiera arruinado. Me dejó boquiabierta,
pues ahora hasta parecía que él era el favorito de "mi" fantasma. ¿Cómo
era posible que lo visitara más seguido que a mí?
No dije nada, para no arruinar mi historia, pero ya vería
Luis a quién quería más la fantasma.
Así es que para que Luis viera que yo la conocía más, le di
detalles sobre su apariencia. Tenía un vestido largo, blanco, de una tela
vaporosa y el pelo largo y negro. De reojo miraba a Jorge, como retándolo a que
me superara. Pero Jorge, muy tranquilo, tan solo asentía, confirmando que,
efectivamente, la señora de la puerta era tal y como yo la describía.
¡Qué frustración que se apoderara de mi fantasma! Y yo, sin
poder decir nada, sin poder echarle en cara que esa era "mi" mentira, lo que lo
convertía en doblemente mentiroso. Era absurdo que yo no dijera la verdad, pero
no la dije, quién sabe por qué. Tal vez porque me encantaba tener una fantasma
de visita. Además, aunque Luis creyera que también era de Jorge, Jorge sabía
que no.
Los siguientes días, la Señora de la Puerta, pues ya era así
como la llamábamos, vino a visitarme con frecuencia y ya hasta me sonreía, no
olvidemos que yo tenía que ser la favorita. Por supuesto que esta información la recibía
Luis en presencia de Jorge.
Y ¿qué es lo que hacía Jorge cada vez que yo hacía un
comentario sobre la Señora? Pues muy cómodamente decía que a él también le
pasaba lo mismo, lo cual provocaba mi enojo por no poder echarlo de cabeza.
No sé qué fue lo que sucedió, pero a partir de esa mentira,
en mi recámara empezaron a suceder cosas extrañas que atribuimos, sin más, a la
Señora de la Puerta, aunque no existiera.
¿O sí existía? Yo ya estaba muy confundida.
Tal vez lo que existía era un ente que se divertía
haciéndome travesuras, porque a fin de cuentas no pasaba de ser una travesura
el que me cambiara las cosas de lugar, el que me tirara las cosas del lugar
donde las había puesto, que me apagara la luz o el que mi puerta se abriera sin
que un humano lo hubiera hecho. No era algo que me asustara. De hecho era hasta
divertido, tanto, que hasta empecé a hablar con "eso". Le decía que
no me molestara, que no me apagara la luz en la noche porque no me dejaba leer,
que no estuviera tirando mis cosas o que volviera a poner las cosas en su lugar
porque había escondido justo lo que necesitaba en ese momento.
Así, pasó mi niñez y mi juventud, con esa invisible
compañía. Por eso, cuando estaba a punto de casarme, creí que había llegado el
momento de confesar a mi futuro marido que había tenido una extraña compañía
toda mi vida. Sabía que Luis, mi futuro esposo, lo entendería. Lo que no me
imaginé, fue que le encantaría. De hecho, creo que la Señora de la Puerta me
hizo aún más atractiva a sus ojos.
Pocos días después estábamos en la sala de mi casa mi amiga Odette, mi amiga Araceli, Luis y yo. De pronto Luis, en voz alta, preguntó a la Señora de la
Puerta si lo aceptaba como mi futuro esposo. La respuesta inmediata fue un
parpadeo de la luz. Yo pensé que había sido una oportuna casualidad. Pero
cuando la extraña conversación entre Luis y la Señora continuó, la casualidad
dejó de parecer la posible explicación. No quedaba otra opción más que
considerar la intervención de mis hermanos, por lo que sigilosamente me levanté
para descubrirlos en su complicidad con mi futuro esposo.
Pero para mi asombro, no descubrí a ningún cómplice. Mis
hermanos ni siquiera estaban por ahí.
Además de sorprendida, estaba celosa, pues ahora Luis y la
Señora de la Puerta se habían convertido en los grandes amigos, teniendo
conversaciones que yo nunca logré, pues yo no había pasado de tener monólogo,
aunque la verdad es que no creo haberle preguntado nada. Incluso se despidieron
cuando salimos de la casa con otro parpadeo de la luz.
¡Asombroso!
Definitivamente eso hizo a Luis más atractivo a mis ojos.
Nos casamos. Y, aunque seguramente nadie lo creerá, la
Señora de la Puerta se fue a "vivir" con nosotros. Siguieron las
travesuras en cada una de las casas en las que vivimos, hasta que llegamos a
vivir a la casa en la que vivo actualmente. Aquí, las travesuras, extrañamente,
se detuvieron.
¿Qué habría sucedido?
La respuesta la tuvimos un par de meses después, cuando
supimos que los albañiles que estaban arreglando la casa en la que vivimos
anteriormente estaban siendo "asustados". Les prendían y apagaban la
luz, les abrían y cerraban las puertas, las cosas cambiaban de lugar...
¡Sí! Tenía que ser ella. Así es que la fuimos a buscar. No la vimos, pero regresó con nosotros en el coche. Los albañiles dejaron de
quejarse. Y todos volvimos a ser felices.
Las travesuras volvieron a formar parte de mi vida, como
siempre, como ha sido desde que inventé a la Señora de la Puerta.
¿Dónde dejé mis lentes?
SILVIA RAMIREZ DE AGUILAR P.
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