Sunday, July 20, 2014

LA LUNA

Anoche que estaba mirando la Luna, pensaba en mi papá. Lo recordaba aquel 20 de julio de 1969. Un día que, casi cincuenta años después, aun conservo en la memoria. No diré "como si fuera ayer", porque sería una mentira, pero definitivamente no "como si hubiera sido hace cuarenta y muchos años".

Yo tenía ocho años. No tenía la menor duda acerca de la veracidad de lo que estaba aconteciendo. En ese momento me sentía unida a todo el planeta. Sabía, porque así me lo habían dicho, que la gente de todo el mundo vería las mismas imágenes que nosotros, al mismo tiempo que nosotros. Era un sentimiento de hermandad impresionante.

Por otro lado, mis hermanos y yo veíamos cada vez más cerca el hacer nuestra vida diaria en coches voladores. ¿Porqué no? Si un cohete podía llegar a la Luna, sus tripulantes pasear sobre ella y todo el mundo verlo por la tele al igual que veíamos nuestras caricaturas favoritas, era muy posible que pronto viviéramos como vivían los Supersónicos.

Recuerdo a mi papá, emocionadísimo, tal vez pensando lo mismo que yo, sentado cerca de la tele en el hall de la casa. Ni siquiera se recargaba para no perder detalle de tan importante momento.

Teníamos unos sillones tipo colonial, en los que estaban sentados mis hermanos y un tío y una mesita de centro del mismo estilo. Ahí estaba yo, hincada, jugando con el contenido de unos botecitos de Super Masa, que era una masa para modelar. Mi mamá iba y venía, y creo que en algún momento trajo unas botanas.

Mientras veía la histórica transmisión de los astronautas en la Luna, yo me fabricaba con la Super Masa una luna y un cohete, y unos maltrechos astronautas miniatura para que caminaran por la pequeña Luna. Recuerdo el olor de la Super Masa (parecido al olor de los mazapanes españoles que venden en Navidad), la textura del tapete del hall en mis rodillas, recuerdo haber pasado mi uña por una orillita de la mesa y haber sacado una espiral de tinte de la mesa que incorporé a mi masa y después me arrepentí. Pero lo que más recuerdo es a mi papá con su pipa en la mano.

Meses después, mi papá, siendo un periodista muy famoso en aquellos tiempos, fue invitado a un evento organizado por la Presidencia. Ahí, tuvo la oportunidad de conocer a los astronautas y mi hermano, que lo acompañó, regresó a casa con los autógrafos de esos hombres que hablaban de sus experiencias en nuestro satélite.

Actualmente estoy convencida del engaño de que fuimos objeto una parte de la humanidad, ya que otros no tenían tele y a otros la llegada a la luna les tenía sin cuidado. Sin embargo, agradezco la mentira, pues gracias a ella tengo el recuerdo más vívido de mi papá, quien murió un año después, totalmente convencido de la gran hazaña norteamericana. Gracias a eso, cuando veo la luna, puedo ver a mi papá feliz, sentado frente a mí y puedo oler el agradable aroma que sale de su pipa, mezclado con el olor de la Super Masa.

En esos momentos, vuelvo a tener ocho años, mi papá vuelve a estar vivo y vuelvo a creer que el hombre llegó alguna vez a la Luna.

SILVIA RAMIREZ DE AGUILAR P.

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