Saturday, December 28, 2013

¡A COMER!




 En la inmensa fábrica de aceite el día y la noche eran iguales, las maquinas funcionaban sin descanso, el ruido ensordecedor no paraba ni un segundo, decenas de obreros entraban y salían con cada cambio de turno: los de la noche, los de la mañana y los de medio día, cada uno teniendo que checar su hora de entrada y su hora de salida. Un vigilante al lado del reloj checador, no perdiendo detalle, no dejándolos checar más de una tarjeta. 

Grandes tráilers cargados de grano eran pesados en unas enormes básculas antes de descargar el grano que llenaría los silos para convertirse en aceite, otros tráilers eran pesados cuando salían, llevando miles de botellas llenas de aceite, miles de litros para su distribución y venta.

Cualquiera diría que la ciudad entera se bañaba en aceite cada día.  

Esa tarde, por un momento, en medio de la tormenta, se detuvo la actividad de esos cientos de obreros parecidos a hormigas. Se fue la luz y, de pronto, todo fue silencio. Antes de que empezara a funcionar la planta de luz se oyó un grito. La típica broma de los obreros cuando por alguna razón la energía eléctrica era suspendida y todo quedaba en completa obscuridad. La luz y el ruido de las máquinas volvieron a todos a su actividad.

Serafín López era un obrero del turno del medio día, de los que salen por la noche. Llevaba apenas un mes en la fábrica y ya había faltado unas cinco veces. Por eso, cuando el vigilante de la puerta aseguró que la noche anterior no había salido de la fábrica, la reacción general fue de incredulidad. En todo caso se había salido sin checar tarjeta o alguien la había checado por él a la entrada. Culparon a Eulalio Martínez, su amigo, de haber checado la tarjeta de Serafín para que no se le descontara el día, pero Eulalio lo negó todo. Y, aunque tenía cara de culpabilidad, como Serafín ya no regresó a trabajar, pues tampoco importaba que le hubieran checado la tarjeta.

El vigilante insistió: estando él presente, nadie (y recalcaba el “nadie”) checaba dos o más tarjetas.

Como Serafín no era un buen trabajador, poco les importaba a todos si había ido o no. Simplemente se dio aviso al sindicato y se buscó a un nuevo obrero para ocupar su lugar.

Como en el teatro, la función en las fábricas debe continuar.

Los silos estaban rebosantes de grano. Había que acelerar la producción de aceite pues, además, se estaba agusanando.

Días después, descubrieron un montoncito de ropa atada con una cuerda en un rincón de la fábrica. Eulalio Martínez la reconoció como de Serafín López, y eso fue lo último que se supo de Eulalio, pues pretextando un fuerte dolor de cabeza, se fue para nunca más volver.

Entonces ¿el vigilante tendría razón? ¿Serafín nunca salió?

Tardaron días en comprender que ese ligero tono rojizo del último lote de aceite no se debía a un hongo. Fue demasiado tarde, pues Serafín ya había salido en unos enormes tráilers rumbo a miles de casas en las que serviría para freír la deliciosa comida de mamá.

Esas casas en las que las mamás llamarían a sus hijitos y a sus maridos a la mesa con el tradicional: ¡A comeeeer! Así, alargando la e.

 

SILVIA RAMIREZ DE AGUILAR P.

 

No comments:

Post a Comment