LAS GOMAS DEL MAGIC
—Vamos al Magic.
Así de fácil se resolvió a dónde iríamos esa noche. Era una
de esas veces en las que salía con mis hermanos y sus amigos, sin embargo, esta
era la primera vez que iba con ellos al Magic.
No recuerdo porqué quise ir, pues a mí las discotecas en
realidad ni me gustaban. No sabía, ni sé bailar y nunca me han gustado los
lugares obscuros, pues me siento en desventaja. No poder ver todo para mí es
desagradable y, para colmo, esos cambios de luces con los que a veces ves y a
veces no, acaban produciéndome dolor de cabeza.
Pero, en fin, ahí estaba con mis hermanos y sus amigos, a
las once de la noche, afuera del famoso Magic.
Recuerdo que mandaron a uno de ellos primero, para que
entrara y volviera a salir.
Años después recordaría ese momento, pues estudiando el
comportamiento de las ratas (por razones que no explicaré en este momento),
supe que suelen enviar primero a una rata, vieja o enferma, a tantear el
terreno, para ver si hay alimento y si es un lugar seguro. Si todo está bien,
va el resto de las ratas. Así veo desde entonces a ese amigo de mi hermano
Jorge, no porque estuviera viejo, ni tampoco enfermo, pero fue como la rata que
exploró el territorio antes de que fuéramos los demás.
Yo no sabía porqué él iba primero, ni porqué los demás,
reunidos alrededor de Jorge, esperábamos su regreso.
En realidad no tardó mucho.
Regresó feliz, con el brazo extendido, llegando hasta Jorge
para enseñarle algo que yo no veía, como cuando un niño le enseña a su mamá un
piquete de mosco.
—¿Ya lo tenemos? —preguntó alguien.
—No, pero está fácil —fue la respuesta de Jorge.
¿De qué hablaban?
No entendía nada. Pero no tardé en comprender qué era eso
que Jorge había visto en el brazo de su amigo.
¡Era un sello!
Jorge rápidamente abrió la cajuela. Pude ver que elegía una
goma Pelikan nueva de entre varias que
había ahí. Con mano experta hizo unos trazos en la goma y con un exacto y con
una rapidez asombrosa, fue haciendo pequeños cortes a la goma para imitar al
revés el dibujo del sello que le habían puesto a su amigo.
Además de gomas nuevas, había otras que tenían restos de
tinta de diferentes colores. Y es que el Magic le ponía un sello en el brazo a
sus clientes que tenían que salir a la calle por algún motivo. Y el sello y el
color que usaban era diferente cada día, pero nada que detuviera el ingenio y
la creatividad de mi hermano.
Terminados los cortes a la goma y usando el color indicado,
todo mundo se presentó a la puerta con un sello que el portero casi ni miró, lo
que para mí significó que lo había reconocido como auténtico. Muchos años
después supe que ese individuo algo excedido de peso, era aficionado a pequeños
regalitos que recibía con frecuencia y emoción. Así, su mirada se desviaba cada
viernes o sábado en la noche, en el momento preciso, tal vez para admirar los
llaveros, las linternas y los relojes digitales que apretaba en su regordeta y
morena mano, al tiempo que quitaba la cadena con la otra mano para dejar pasar
al grupo de amigos que más le alegraba más. En algo nos parecíamos ese hombre y
yo, también le encantaban los dulces gringos.
De alguna manera, alguno de los amigos de mis hermanos, tal
vez la rata vieja, había llegado a un acuerdo con el cadenero del Magic. Pero
debo aclarar que hacerse de la vista gorda a la entrada no incluía ni un peso
de descuento a la hora de pagar la cuenta.
En cuanto a mi hermano, el artista, todavía no sé cómo es
que imitaba a la perfección algo que veía al revés, pero creo que tiene que ver
con que su mundo así es, ser zurdo es un poco como entender el mundo diestro y
adaptarlo a sí mismo.
¿Qué si me divertí?
La verdad es que no tanto. Ya lo dije, las discotecas no me
gustaban.
SILVIA RAMÍREZ DE AGUILAR P.
No comments:
Post a Comment