Sunday, February 14, 2016

EL COCHE DE LUIS



En mi casa, la única regla para poder tener coche era muy simple: haber terminado preparatoria.

En mi caso, el coche lo recibí unos pocos meses antes de graduarme. Me imagino, nunca le he preguntado a mi mamá, que fue porque era obvio que terminaría. Aunque también puedo suponer que estarme llevando a la escuela todos los días la había cansado y manejar esos pocos kilómetros me serviría de práctica para cuando fuera a la universidad.

Después de mí, tocó el turno a mi hermano Luis y no recuerdo cuál fue la descabellada razón por la cual él buscó su propio coche, pues no tenía la menor idea ni de motores, ni de compra-venta de vehículos, además de ser en extremo inocente.

El caso es que Luis se lanzó a la búsqueda del coche de sus sueños. Buscó y buscó.

Y un buen día, nos anunció, emocionado, que al fin lo había encontrado, que era el coche perfecto. Que era tan maravilloso, que incluso lo había dejado apartado, dejando en prenda el reloj Rolex que había heredado de nuestro padre.

¡¿QUÉ?!

No podíamos creer lo que había hecho.

No quería que nadie le ganara el extraordinario coche amarillo, cuyo único defecto era oler un poco mal, pues dentro había un poco de basura.

Pero ¿qué importa? Se limpia y ya.

Afortunadamente el dueño del maloliente coche era sucio, pero honrado, y el valioso reloj regresó a su dueño sin haber sufrido ningún percance.

Por fin llegó Luis a la casa conduciendo su primer coche.

¡Qué feliz estaba!

Recuerdo el orgullo con el que lo estacionó en el garage y se dispuso a limpiarlo. El coche no tenía “un poco de basura”, de él salieron toneladas, nada más de la que estaba sobre los asientos o en el piso y la cajuela, pero la verdadera razón de la pestilencia del coche se escondía debajo de los asientos: allí había por montones: pedazos de pan, dulces, envolturas, vasos desechables, colillas de cigarrillos, chicles masticados y petrificados y trozos de materia orgánica inidentificable. Y junto con todo esto, una sorpresita de la cual el dueño anterior jamás habló:

¡Cucarachas!

Sí, el extraordinario coche de Luis tenía una invasión de cucaracha alemana.

       ¡Qué asco! −dijimos todos en cuanto lo supimos.

Desgraciadamente, ya no había nada que hacer.

       Véndeselo a alguien más −opinó algún conocido.

Pero Luis se negó. Acabaría con ellas.

A fin de cuentas, el hombre que más sabía de plagas en México vivía en nuestra casa. Nuestro padrastro era el dueño de la más grande compañía de control de plagas que ha habido en este país.

Pero ni Luis, ni nuestro padrastro contaban con un pequeño detalle: las cucarachas darían batalla, no soltarían tan fácilmente su apestoso hogar.

Así, muchas fumigadas después, el coche de Luis ya no olía a basurero, sino a bote de insecticida, lo cual no hubiera estado mal si a cambio se hubieran eliminado las cucarachas, pero no fue así.

Siempre que pude, evité subirme a ese coche, pero a veces tuve que hacerlo y no era agradable sentir cosquillitas en una pierna, en un brazo o en la mano. No nos explicamos cómo fue que sobrevivieron al tratamiento extremo de aniquilación, pero lo hicieron.

Finalmente, Luis se dio por vencido y aprendió a convivir con ellas por el no tan corto tiempo que fue dueño de ese coche. A fin de cuentas, ellas habían sido dueñas del maravilloso coche amarillo antes que él. Y yo, por seguridad, estacionaba mi coche naranja lejos del de Luis, no fuera a ser que las pequeñas y compartidas cucarachas quisieran mudarse a un nuevo hogar o mandaran a sus hijas a estudiar a otro coche.

SILVIA RAMÍREZ DE AGUILAR P.


1 comment:

  1. Hola Miguel!! Qué bueno que lo estás disfrutando!!
    Muchas gracias!!

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